
Como cualquier municipio o ciudad de Colombia, Bahía Solano también tiene su himno, un poema vestido con música que detalla cuantas bellezas hay. La letra habla de las playas, los ríos, las hermosas rocas, los peces, los cultivos y la madera.
La inspiración se pasea también por el azabache de la piel de los solaneños y la alegría de los cantos y bailes insignias de su cultura, y por supuesto, la referencia de la paradisíaca disposición de selva y playa en un solo lugar. Y aunque faltan cositas, el himno es un solemne y completo recuento de lo que es el municipio chocoano.
Bahía Solano resulta de la suma de un grupo de playas y pequeñas bahías localizadas en el golfo de Cupica sobre el mar Pacífico. Tiene dos cascos urbanos, el de Ciudad Mutis o Bahía Solano y de El Valle, el corregimiento más grande de la población. En Ciudad Mutis está el aeropuerto José Celestino Mutis, un pequeño terminal al que llegan vuelos procedentes de Medellín y Quibdó, principalmente.
Una vez en tierra, hay que ir en busca de los lugares que nombra el himno y quienes quedaron fascinados con las maravillas del territorio. Algunos de ellos llegaron y decidieron quedarse por siempre, muchos otros esperan el momento del regreso.
Las posadas de Bahía Solano
La más auténtica forma de vivir los atractivos de Bahía Solano es entre, desde y a través de las posadas turísticas. Son lugares que recogen los frutos y el ingenio de los lugareños, convirtiéndose en las más cálidas estaciones para los viajeros informales que buscan, antes que nada, la generosidad y el tranquilo susurro del paisaje.
En Ciudad Mutis hay dos de estas posadas. Una de ellas, la de Enrique y Martha, es una sobria cabaña de roca y madera con cómodas y elegantes habitaciones que no riñen con el carácter silvestre del entorno. La otra, la de Rodrigo y Estrella, es por el contrario un lugar modesto, ideal para guerreros y viajeros libres de complicaciones.
La dormida y la alimentación adentro de las posadas, afuera, las emociones del buceo, la pesca deportiva, las caminatas por las playas y la selva, la navegación por ríos cristalinos y el baño en cascadas.
Hacia el sur
En la zona sur de Bahía Solano está el corregimiento El Valle, un pintoresco centro urbano, más alegre y más ruidoso, pero que en sus alrededores también dispone de esas porciones del embrujador panorama. El camino es un poco tortuoso, 18 km desde el aeropuerto Mutis por una carretera agreste y sinuosa, pero a la llegada se advierte la recompensa de gente alegre y hospitalaria.
En El Valle está Janeth, una generosa mujer que ofrece dos sencillas y típicas posadas impregnadas de tradición. Ella, que cocina delicioso y atiende con esmero maternal, también sabe de los lugares que hay que conocer por allí cerca, caminando o navegando.
Camino a la playa El Almejal, otras dos estaciones se aparecen como alternativa de descanso. Una de ellas es la de Carmen Lucía, cuya particularidad es su armazón tradicional y su incrustación en la selva.
Hacia el norte
Desde el aeropuerto de Bahía Solano hacia el norte todos los recorridos se hacen en lancha. Una vez en la ruta que señala el mar Pacífico se olvida todo lo que queda atrás, pues se pierde la noción de los días, de las fechas y de esos asuntos que para cualquier citadino parecen imprescindibles.
Hacia el norte es la expedición a las playas solitarias, limpias y tranquilas; de pescadores y relatos en alta mar. Es el camino a los horizontes de ensueño y el sendero a la estación del sol. Es la dirección a playa Huina, donde una pareja de colonos edificó sus sueños en una posada mágica, en el lugar donde ‘El Negro’, un gentil y bondadoso nativo, muchas veces fue su anfitrión. Hoy en día él también lo es para todo el que llega en busca de las bellezas de Bahía Solano.
Siguiendo la guía del lanchero se llega a las playas de Potes y Flores. La primera, un caserío de pescadores, donde al mismo tiempo de la brisa, el correr de las olas y la vida silvestre, se percibe la alegría de los niños jugando en la arena. La playa de Flores, en cambio, es más desierta, con sonidos nítidos y naturales, muchos de ellos provenientes de la reserva natural Kakiri, una muestra de todo lo que nace y crece en la selva del Pacífico.
Hay épocas del año para ver espectáculos de la naturaleza como la liberación de tortugas y la llegada de las ballenas. Hay tiempos también para participar de encuentros culturales y actividades como la pesca deportiva de altura. Pero es muy frecuente que todo esos atrayentes fijos y temporales, finalicen con un espectacular e inolvidable atardecer. Ese persistente beso naranja en la punta del mar.