
Viendo como son las cosas hoy, con todos los medios que tenemos, se nos antoja que en comparación viajar hace tan solo treinta años era toda una proeza, al menos para la gente normal.
Para empezar, los coches. Por lo general, eran mucho más pequeños -y las familias bastante numerosas-, los asientos más incómodos y sin cinturones de seguridad (en los de atrás, donde hoy en día hay tres plazas, hacíamos cuatro), el aire acondicionado era cosa de ricos, el volante iba duro de narices y bajar la ventanilla era todo un ejercicio de brazos. Por supuesto muchos de los elementos de seguridad, tales como el airbag o el ESP, que hoy vienen de serie, ni existían.
Luego las carreteras, incluidas las principales, que no perdonaban ni una curva, y pasaban por mitad de las ciudades y de los pueblos. Apenas había en España carreteras de más de un carril por sentido y la mayoría eran de pago y localizadas en puntos muy concretos del país. Los puertos de montaña, se atravesaban curva a curva y cuesta a cuesta.
En estas condiciones se podía dar el caso de una familia media, por ejemplo de seis componentes, salvando el puerto de Despeñaperros en un Ford Fiesta completamente cargado de maletas (hasta encima de sus ocupantes) en pleno mes de Agosto a las cuatro de la tarde, achicharrados, mareados, rezando porque el coche venciera todas las leyes de la gravedad y subiera el puerto y sin embargo completamente felices porque empezaban sus vacaciones estivales.
Y que no te quedaras tirado en el quinto pino, porque no había teléfonos móviles. En ese caso tenías dos opciones: esperar a que pasara un alma caritativa y te recogiera en su vehículo o caminar hasta la población mas cercana.
La otra alternativa eran los trenes; los que no se eternizaban en su trayecto eran demasiado caros. Los aviones eran tan prohibitivos que solo se usaban para distancias enormes o cuando no quedaba más remedio porque había que cruzar el charco.
Hoy en día nada tiene que ver. El parque automovilístico se ha renovado completamente, hay coches a medida para cada familia, tan cómodos que da pereza bajarse de ellos y kilómetros y kilómetros de autovía con altísimos viaductos y larguísimos túneles unen casi todas las ciudades medianamente importantes de España. Si se avería el coche, ni te molestas en mirar lo que le pasa, llamas a la grúa por teléfono y de paso te mandan un taxi.
Los viejos trenes, que también tenían su encanto, están siendo reemplazados por los de alta velocidad confortables a más no poder. Y por último el avión, que es sin duda la opción preferida para viajar incluso dentro del propio país, más en alza con la aparición, hace unos años, de las compañías de bajo coste.
En definitiva, viajar ha dejado de ser aquella aventura incómoda o carísima de antes para convertirse en la forma más natural de pasar unas largas vacaciones o disfrutar de un pequeño puente y poder así desconectar de la pesada rutina, a la que a veces nos vemos abocados por nuestro estresante modo de vida.